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Letras

El vestido Rosa

María del Carmen Cárdenas

Nacido en 1949 en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, César Aira se instala, en 1967, en el barrio porteño de Flores. Ambos espacios están presentes en su escritura.
Desde 1992 publica anualmente de dos a cuatro libros de unas cien páginas de extensión. Este prolífico protagonista de nuestras letras es traductor de varias lenguas, novelista y narrador breve, dramaturgo y ensayista.
Escribe en diarios y revistas, generalmente breves. Entre otras muchas cosas ganó el premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes del año 2013.
Pero también retorna frecuentemente a la Argentina del siglo XIX, por ejemplo, en su larga y destacada La liebre, Un episodio en la vida del pintor viajero, sobre un pintor alemán, y Ema, la cautiva.
Puede emplear el estilo popular de los comic y de las novelas de género, como hace en Las aventuras de Barbaverde. Es un especialista de Alejandra Pizarnik y del escritor, dramaturgo y dibujante argentino Copi.

El vestido Rosa

Pero el tema que nos ocupa es: “El vestido rosa”. La historia de un vestidito para ser regalado a una niña recién nacida. El encargado de llevarlo es un aparente tonto llamado Asís a quien por el camino le roban el paquete. La prenda pasa por las manos de indios, soldados del general Roca, gauchos, reseros. Los personajes se mueven en una aislada población del sur argentino a mediados del siglo pasado y el famoso vestido llega, muchos años después, a manos de su primer mensajero, convertido ahora en rico ganadero y respetado Juez de Paz.
En un video Aira la trata de “novelita”. Tal vez con ironía, o para diferenciarla de un cuento. Lo cierto es que se trata de una novela con todos sus atributos. En la que es importante destacar la influencia de Borges.
Desde el comienzo encontramos los opuestos borgeanos: “...o lo era o lo parecía” “...la palabra demorada y los gestos ligeramente fuera de órbita” “... aplomado y atolondrado”.
Asimismo, palabras escritas en otro idioma que dan a pensar sobre el gran espectro cultural en el que se mueve el autor, al igual que Borges. Giros literarios que lo recuerdan a cada instante “...era menos que una palabra articulada pero más que una voz en la boca” quizás se compadece con “… quiero ser recordado menos como poeta que como amigo”. Y así a lo largo de toda la novela.
La influencia borgeana es también visible: el espectador alcanza un rol activo, abriendo el significado del arte a múltiples interpretaciones.
Tal vez lo considerado en el párrafo anterior implique la seducción que esta novela ejerce sobre quien la lee.
La observación, encuentros misteriosos con “lo nuevo” (ej.: el vestido tan distinto a cualquier otro) están destinados a transformar la vida diaria y la integridad del sujeto perceptor.
Los mecanismos de Aira apelan a la fabulación, lo muestran los saltos por la pampa del vestido rosa, el zigzag de un elemento sin sentido irradia en su trayecto ondas expansivas de ficción.
Es imposible ignorar las innumerables lecturas que al respecto pueden hacerse de “El vestido rosa”. De hecho cabe mencionar la visión eminentemente política referida a los años denominados “del Proceso” en la Argentina, relatada por Corina S. Mathieu (Universidad de Nevada, Las Vegas) con el título “El vestido rosa” de César Aira: ¿Puro cuento o novela?
Pero no es nuestra intención enfocar este trabajo desde un punto de vista ideológico. Entendemos que es posible encontrar una obra llena de expectativas y contenidos históricos a los que nos es más atractivo dedicarnos.
Al caminar el sendero por el que nos conduce “El vestido...” llegamos a intuir que el malentendido que ronda toda la trama, no se resuelve jamás. Para resolverlo habría que volver atrás, y ya se sabe que fuera de la ficción no se vuelve al pasado. El destino del malentendido es avanzar el tiempo.
Es ésta también una de las llamadas “novelas de frontera” que recuerdan las de fin del siglo XIX de nuestro País. Ello así dado que muestran los movimientos y los modos de la guerra contra el indio: teoría de la literatura nacional: escribir, en nuestra tradición, fue siempre salir al desierto. La narración de la conquista del desierto fue la traducción del avance estratégico sobre el terreno del indio.
De todos modos Aira recubre con la ficción todo lo antedicho.
El desierto, como el sur en Borges, es el lugar donde la escritura ficcional cumple su destino.
En pos del contexto histórico de la novela cabe mencionar a un Roca que hace su campaña sin jamás cruzarse con los indios, porque “los indios no existen”, según la conclusión de Sarmiento. Podría aceptarse que las novelas de Aira no tienen principio ni fin. Sus personajes se encuentran en el medio de un viaje por el desierto, tras aventuras basadas en encuentros azarosos e imprevistos. Y esas aventuras son una combinación de elementos en el desierto, sobre el que “alguien había esparcido dados, cucharas, piezas de ajedrez” (Aira 1975).
Sus personajes salen a una intemperie absoluta, sin posibilidad de retorno, “más allá, siempre más allá... hasta que deja de haber más allá, y entonces los hombres rebotan, y quedan expuestos a un clima, a una luz” (Aira 1994).
La narración de la conquista del desierto debe enfocarse desde un punto de vista estratégico. En la Patagonia, los aborígenes habían hecho pactos con Chile para que este País, necesitado como estaba de tierra firme, avanzara sobre el nuestro.
Si nos quedamos en lo meramente histórico, la narración de los manuales sólo traza una hoja de ruta.
Pero en la cuestión que nos ocupa, narrar es un problema del “buen sentido”, pensado como dirección única. Las aventuras de Aira nunca narran la linealidad de una búsqueda, porque en el desierto toda recta está expuesta a los avatares de encuentros y desvíos imprevistos, a lo no-pensado. Unos van hacia el sur, otros por caminos, otros a campo traviesa: “No se dirigen en ninguna dirección determinada, porque van hacia todos lados” (Aira 1975).
El desierto es en Aira un montón de mundos posibles, un jardín de sentidos que se bifurcan. Otra vez, BORGES (“El jardín de senderos que se bifurcan”, sus laberintos)
En “El vestido rosa”, “el aire de la pampa volvía las ideas al revés” dice Aira en 1984.
En el desierto, lo grande convive con lo pequeño, lo alejado se vuelve próximo, la necesidad no niega al azar. Asís es indio, soldado, estanciero, juez de paz: todo personaje forma parte de una operación narrativa que lo eleva, extrayendo del sujeto su poder.
Entre los personajes de Aira, todo está por suceder, todo es posible e incalculable de antemano. Asís no se define por lo que es, sino por lo que puede ser.
Podemos introducir, también, en relación al vestido que da título a la obra y se transforma en su columna vertebral, la idea del mito.
Se observa esta apreciación en el juego que al pasar de mano en mano despliega esa prenda seductora, rara, esencialmente femenina (es rosa) e influye en cada poseedor de manera diferente e imprevisible para el lector.
Llega a ser culpable de los grandes malones de 1875, cuando un cacique la considera un objeto mágico que podía cambiar la historia. Es un relato de personajes subordinados que sólo al final se torna circular, ya que los mismos ingresan en la trama cuando se relacionan con el vestido y luego se pierden para siempre. No existe un seguimiento de un personaje a lo largo de todo el cuento, salvo en el desenlace cuando aparece Asís que a esa altura, ya es un prestigioso juez de avanzada edad.
En cuanto a la topografía o escenario donde se desenvuelve la acción (cinematográfica), Beatriz Sarlo toma a Bernardo Canal Feijóo: “…territorio como desierto, pueden leerse varios significados: se califica de desierta una extensión física que es sólo naturaleza, pero también es desierto un espacio ocupado por hombres cuya cultura no es reconocida como cultura, en el caso los indios. Esta segunda acepción de desierto -dice Sarlo- tiene, en su base, una amplia y victoriosa operación ideológica cuya coronación es precisamente la llamada ‘conquista del desierto’ llevada a cabo por el general Roca en 1879, que supuso la definitiva incorporación de la Patagonia como parte del Estado-nación y el desconocimiento del derecho de sus ocupantes indios a los territorios en los que habían vivido hasta entonces”. Sarlo, Beatriz 2007. Escritos sobre Literatura Argentina. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires. P. 25
En la casa donde Sara confecciona el vestido rosa y le encarga el recado a Asís, Manuel trama el robo de la prenda para su hermana Augusta e inicia un periplo que lo tendría varios años vagando por la llanura, a veces con los blancos y en su mayor parte con los indígenas. Recién cuando regresa con el vestido y viendo que ya no existen ni su vivienda ni su familia es que reflexiona acerca de la contradicción de la utilización del término desierto para entender el mundo que ha recorrido: “No obstante, descubrió que no podía hablarse de ‘desierto’: todo el mundo estaba habitado. Los territorios eran grandes óvalos amojonados por nubes, y en cada uno de ellos una nación distinta hacía caminos, alzaba herma momentáneos de fuego o acechaba venados”.
La trama sigue el camino del vestido rosa y no el de un personaje en particular. Asís es llevado con los indígenas después de que Manuel le robara el vestido pero al contarle a un cacique la historia de la prenda, éste cree que es mágica y que de poseerla concebiría una hija mujer que se convertiría en reina.
En El vestido rosa se asegura que a partir de esta leyenda que el cacique había oído proveniente del otro lado del mar, surgió un amplio mito: el del malón. Menciona también al año de 1875 como fecha de comienzo de los grandes malones. Además, la obsesión por el vestido habría obligado a concertar alianzas, pensar estrategias y originar un gran imperio en los valles. Desde la parodia, Aira suscribe la idea de que los malones no eran producto del salvajismo y de la barbarie de los nativos, sino de una lógica política que les permitiría conseguir un poder hegemónico, de ese modo los emparenta notablemente a los intereses de cualquier Estado (Argirópolis. Periódico universitario conjunto de las Universidades de Quilmes, La Plata del Litoral)
Reflexiona acerca del tipo de gobierno que poseen los pueblos indígenas: Asís se asimila, aprende la lengua, mantiene extensas conversaciones con uno de los reyes, pero menciona lo extraño de la existencia de esta figura en el marco de “democracias salvajes”.
De todos modos, y más allá de los permisos que otorga la ficción, Aira incluye nombres y/o acontecimientos como recurso para validar el texto.
Inserta sucesos reales en una narración de ficción o ficcionaliza a personas que existieron o hechos que pudieron haber ocurrido.
Por ejemplo tras desarrollar el mito del malón y antes de retomar el trayecto de Manuel hacia su casa introduce: “Mientras tanto, esos hábiles administradores de la ficción que eran los funcionarios del imperio de Salinas Grandes pactaban con los militares de Buenos Aires, los ganaderos aprovechaban para presentar reclamaciones sobre líneas de tierra transversales en meridianos abstractos al collar de pampas sobre los arroyos del sur”. Puede interpretarse que se refiere a uno de los tratados que el Estado concretó con distintas parcialidades durante su organización nacional o al que involucró a Calfucurá en 1871.
Afirma que muchos soldados del ejército de Roca son medio indios. En las tropas que él comanda confunden a Asís con un indígena y lo despojan de sus pertenencias pero Pacuma, un recluta que luego deserta, se queda con el vestido rosa y planea gastarle una broma a la mujer gorda de su ex compañero Bibiano. Sin embargo, al llevarla a cabo éste reacciona mal, al otro día lo asesina frente a cuatro reseros y arroja la prenda sobre el cuerpo de Pacuma. Uno de los reseros, toma el vestido para su hija recién nacida que cree nena (aún no la conoce) debido a una disparatada leyenda. Aira describe al resero y a sus reflexiones: “Era un joven de unos veinte años, imberbe, medio indio. Estaba seguro de que sólo procrearía hijas... en tiempos de guerra, sólo nacían varones. Pero ahora, según la gente, no habría más guerra porque los indios habían desaparecido de la faz de la tierra. Los indios eran el emblema de la virilidad argentina y se habían evaporado... Era curioso: él y su esposa eran indios, o al menos hijos o nietos. No sabía nada de eso”.
El escritor apela a una situación que debe ser la de miles de argentinos: la invisibilización de los pueblos originarios de nuestro país, incluso para quienes poseen ese origen en su propia familia.
Recurre a personas reales para ambientar el texto, y en este caso se encarga de dos próceres: Roca y Sarmiento. Se burla del general, quien desesperado por encontrar indios recae en cualquier recurso para determinar su existencia: “El vestido rosa fue la prueba que necesitaba, inmejorable por indirecta, de la existencia de los salvajes. La campaña, amenazada en ese punto por el vértigo que producía un avance demasiado fácil, tomo un nuevo cariz, una nueva determinación, y ahora sobre la base del malentendido de un malentendido”.
Lo cierto y maravilloso del relato son los interrogantes acerca de su veracidad. La aparición de Calfucurá, Pincén, Catriel, Rosas, Roca, los fuertes de Azul, Pringles, Mendoza, San Luis, los pactos, los indios, Colastiné, entre otros personajes de sus novelas y lugares, impulsan al lector a indagar en ellos y preguntarse si los hechos pudieron haber sido de ese modo.
Y lo importante es la contribución como herramienta para pensar de distinta forma a los pueblos indígenas de la Argentina. Sin estereotipos, sin prejuicios acerca de sus prácticas, sin dejar de lado sus incontables diferencias en diversos aspectos, y sobre todo, sin pensarlos extintos y de generar su propia historia.
Podemos finalizar nuestro humilde trabajo, abonado por el decir de maestros en la temática con esta poética visión del recorrido que como camarógrafo nos ha regalado Aira:

Cuando sientas en tu piel la brisa, date cuenta que montada en ella va nuestra esperanza, de sueños postergados de muchos, que nos despojaron verdes pretensiones de unos pocos,
Ay, somos partes del viento en el sur, frío y luz pero el viento sabe que de vientos va naciendo esta esperanza hecha piel en el desierto...

 

Cesar Aira


 

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