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Poesía y música, un anclaje

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Marita Régolo - Santa Teresita. Pdo. de la Costa

La música nos acompaña desde el vientre materno. Canciones de cuna y arrullos van acariciando la existencia del bebé aún antes de nacer.
Podríamos decir que para cada momento de la vida existe un correlato musical. Quién no recuerda las canciones de la infancia, las bandas de la adolescencia y sus expresiones de protesta, los melodiosos momentos del amor, y hasta algún tema que se impregnó en nuestros sentidos por una vivencia determinada que fijó ese recuerdo musical en la memoria emotiva.
La melodía transporta y moviliza el alma y cuando las palabras la acompañan, ambas reflejan y expresan emociones intensas y profundas que revelan la capacidad del sentimiento humano.
Hay poemas compuestos juntamente con la música. El autor y compositor mueve los hilos de las notas musicales y les da vuelo y cuerpo con la palabra haciendo que corcheas, fusas y letras se conjuguen en un tejido único y vibrante.
En ocasiones las poesías son llevadas al pentagrama por músicos que descubren en ellas un mensaje significativo, y solo eso basta para que la conjunción más bella entre en nuestros oídos e inunde de gozo nuestro corazón.
Miguel Hernández, estando en la cárcel, prisionero del franquismo durante la Guerra Civil Española, recibe una carta de su mujer Josefina Manresa en la que le cuenta que junto a su pequeño hijo de ocho meses Manuel Miguel, lo único que tiene para comer es pan y cebolla. El poeta estremecido por las penurias que pasaba su familia escribe “Las nanas de la cebolla” en la que expresa no sólo el dolor del desamparo y del hambre, sino la esperanza puesta en ese niño que simboliza el renacer de entre las sombras.
Alberto Cortez corona estos maravillosos versos con su música haciendo que vuelen, “poniéndole alas”, como dice el poema, dejándola viajar por diferentes lugares, llegando a millones de personas en forma de canción y evitando que el olvido corrompa la memoria de Miguel Hernández, su historia y su talento.

Así nos manifiesta…
…la sonrisa como liberadora del dolor.

“Tu risa me hace libre,
me pone alas;
soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus ojos
relampaguea.

Desperté de ser niño...
¡...nunca despiertes...!
Triste llevo la boca...
¡...ríete siempre...!
siempre en la cuna
defendiendo la risa,
pluma por pluma.”

 

…la esperanza puesta en la generación próxima.

“Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!”

 

…la inocencia como escudo contra la crueldad del hombre.

“Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.”

Qué se dice y cómo se lo expresa es sin duda la maestría que tienen los artistas para llegar a gente.
Poesía y música van de la mano, transforman nuestra mirada, sacuden nuestro interior y llevan su velero dispuesto al anclaje en el alma para dejar su equipaje.

 

…el dolor e impotencia, la crispación mordiendo las entrañas.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre,
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla;
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba;
con sangre de cebolla
se amamantaba,
pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
¡Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso!

 

Sin duda al poema lo acuna la melodía y a ésta la poesía la hace vibrar.

 

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